El día del Pilar

Es quizá el fervor por lo patrio lo que se acrecenta cuando se sale del hogar y se vive en el extranjero  o que simplemente algo se rompe en el alma de un Zaragozano si en el lugar en el que se encuentra ni siquiera tiene fiesta y tiene que ir a trabajar en las fiestas del Pilar (o como se conocen en Zaragoza, «Pilares»).

No sólo es por el poder de atracción del sillón o del resto de deportes de riesgo que practicamos en nuestro tiempo libre, si no las especial emoción que nos calienta el estómago y que nos hace retroceder a la infancia de rodillas despellejadas, gigantes adoquines que se pegaban en los dientes y te impedían hablar o las luces de las ferias y el jamón de Teruel.

la columna

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